Aun recuerdo aquellas tardes de mi niñez, y gran parte de mi adolescencia, cuando regresábamos a casa luego de un día de escuela... Mi madre ya tenia lista la comida para sus tres hijas, justo para cuando llegáramos. De alguna u otra forma, mi madre se las arreglaba para darnos alimentos sencillos, pero saludables y muy bien sazonados por ella. Luego, reposábamos un rato y posteriormente nos alistábamos para cumplir con nuestras tareas escolares.
Mientras reposábamos, solíamos jugar, ver la tv, o bien, escuchar música... Eran breves momentos de esparcimiento, pero siempre llegaba el momento de ser interrumpidos por un grito de mi madre que nos anunciaba:
-¡Niñas, ya llegó su papá!
De inmediato, casi de forma sorprendente y con un nudo en el estómago, desaparecíamos de la sala, de la cocina o del lugar donde estuviéramos y corríamos... pero no, no corríamos hacia la puerta para recibir con abrazos y besos a nuestro padre (no, definitivamente no sucedía como en esos comerciales de refrescos donde todo es amor y armonía en una familia), sino que corríamos despavoridas a nuestras habitaciones, a encerrarnos y desaparecer del entorno donde él, cada vez que llegaba, era el amo y señor.
Mi padre, como la mayoría de los machos que "proveen" (mal o bien) un hogar, se atribuía el derecho de disponer y disfrutar de los espacios y de las cosas comunes que forman parte del hogar y de la familia. Describo:
Una vez que él llegaba del trabajo, casi siempre de malas o fastidiado, se dirigía al comedor. Se sentaba en el lugar que, por alguna razón, alguien dijo que le correspondía (la cabecera) y esperaba a que los alimentos le llegaran servidos y calientes. Obviamente, la comida no llegaba por su propio pie, su esposa (mi madre) siempre se encargó de atenderlo y servirlo como rey. Él no se levantaba para nada, y ella tampoco lo hubiera permitido, pues atenderlo "era su obligación" (y lo pongo entre comillas porque esa era la convicción de ambos).
Luego de comer, y sin perder tiempo en ayudar a levantar o, al menos, en regalar algo de su "valioso" tiempo a sus hijas, se dirigía de forma casi automática a la sala. Ahí se apropiaba del uso y goce del espacio, no solo del sillón donde se tumbaba, sino de toda la sala, así como de sus alrededores. Desde ahí, acostado, dominaba todo lo que pasara en la casa: si alguien llegaba o salía, si alguien subía o bajaba, si se hablaba o no... en fin, desde ese lugar, él podía darse cuenta de todo. Pero no le bastaba eso, porque una vez que él se apoderaba de la sala, también lo hacía del único televisor que había. De esta forma, él controlaba los canales, los programas y el volumen, dejando sin opción a las demás. Y ni siquiera era capaz de ver un programa o noticiero completo, ya que a los pocos minutos de recostarse, se quedaba dormido... roncando estruendosamente.
...y pobre de aquella (cualquiera de las 3 hijas o la esposa misma), a la que se le ocurriera, en su inocente ingenuidad, aprovechar que dormía su siesta y se le ocurriera cambiar de canal o salir al jardín, porque al menor ruido o movimiento que hiciéramos, el señor despertaba sumamente alterado y gritando, como era su costumbre, cualquier cantidad de improperios de toda clase, y todo por atrevernos a despertarlo...
Siempre debía haber un silencio absoluto para que él pudiera llevar a cabo su reglamentaria siesta, pero además, no había que molestarlo con problemas de ninguna clase, ni qué decir si alguna vez pensamos en platicar con él sobre la escuela o sobre nuestro día, porque para "esas cosas" estaba nuestra madre. Esto que parece tan sencillo o común, no lo es... porque cuando se anula, se denigra o no se reconocen los derechos de los demás miembros de una familia, se está vulnerando la estabilidad de dichos miembros y de la familia en general.
Este tipo de "reglas" impuestas por él, aunadas a otras actitudes como la violencia verbal, las bromas hirientes, los apodos, la manera sistemática de denigrarnos y minimizarnos, y que él siempre ejerció, se convirtieron en una forma de convivencia familiar (insana, por cierto) que duró muchos, muchos años. Como en muchos hogares, hubo conductas y actitudes que se permitieron y que se asumieron como algo "normal", cuando en realidad, nunca lo fueron.
Hoy, a diferencia de mi niñez, entiendo que que él no se molestaba cuando osábamos "interrumpir su descanso", sino porque nos atrevíamos a violar sus privilegios y sus absurdas reglas machistas.
Por eso, cada que mi madre anunciaba la llegada de mi padre a casa, preferíamos desaparecer y encerrarnos en nuestras habitaciones, con tal de que nuestra presencia no provocara ninguna incomodad o problema con él, prevenir un disgusto, o evitar un mal momento que, al principio, podía ser sencillo pero siempre terminaba en algo más grande y complicado... y eso, señoras y señores, se llama VIOLENCIA EN EL HOGAR.
En aquellas épocas, siendo una niña, ignoraba que esas reacciones de huir, desaparecer y evitar a alguien o esconderse, en realidad no deben considerarse como comportamientos normales, pues más bien son un signo de que "algo" pasa en la dinámica familiar. Cuando las desigualdades en el hogar, los abusos y la violencia son sistemáticos, la convivencia insana se convierte en algo habitual y por lo tanto, se naturaliza... Y eso es alarmante.
HOGARES VEMOS... ¿CONVIVENCIAS SALUDABLES VEREMOS?
Sabemos que los golpes no son necesarios para exista un entorno de violencia. La mayor y más devastadora violencia es aquella que se disfraza de amor, se encubre con el manto del "deber ser", la que está rodeada de prejuicios y estereotipos, la que genera desigualdad y discriminación, la que afecta la autoestima y crea seres llenos de inseguridad. Esa violencia que no se ve pero que se encuentra presente en millones de hogares en el mundo.
Y es que la violencia en el hogar tiende a encubrirse y a justificarse a través de argumentos absurdos como: "él es el padre y por lo tanto tiene privilegios", "él tiene la autoridad de hacer, disponer y gozar antes que todos por el simple hecho de ser el hombre de la casa", "no lo molesten porque él viene cansado de trabajar", "hay que servirlo, atenderlo y guardar silencio", en fin, pretextos para justificar los comportamientos machistas y abusivos abundan, aunque lo más lamentable de todo, es que estas prácticas que parecen inocuas, son heredadas a nuestras hijas e hijos, quienes los repetirán en un futuro próximo.
Todos los días miles de mujeres son maltratadas, violadas y humilladas por hombres que se creen con derecho sobre sus cuerpos y ejercen violencia física, sexual y psíquica con la impunidad del más fuerte y, peor aún, con sus hijas e hijos de testigos y víctimas colaterales. Debemos tener cuidado, porque cuando en el hogar se afecta la autoestima de las niñas y de los niños, se perturba su capacidad de relacionarse, la habilidad para expresarse y sentir, deteriora su personalidad, su socialización y, en general, el desarrollo armónico de sus emociones y habilidades... y eso, tristemente, se genera en muchos hogares considerados como "normales".
¡¡PANDEMIA!!
La Organización Mundial de la Salud (OMS) empleó el término "pandemia" en referencia a la violencia de género tras publicar los resultados de un estudio que apuntaba que una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual en el mundo.
En México, ocho mujeres son asesinadas cada día y el 90% de los casos quedan en la impunidad. Los escenarios: el hogar, la calle o en conflictos armados; es decir, la violencia contra las mujeres es una pandemia mundial que ocurre en espacios públicos y privados. El maltrato, según estas cifras, es infligido principalmente por parte de sus compañeros sentimentales.
Casi en uno de cada dos casos de asesinatos de mujeres, el autor fue su compañero sentimental o un miembro de la familia. La ONU recupera esa cifra del Estudio Mundial sobre el Homicidio de 2013, de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. El porcentaje para las mujeres es del 47% mientras que, para los hombres, ese dato se reduce hasta el 6% de las víctimas masculinas.
Muchas jovencitas al rededor del mundo, son maltratadas, celadas y golpeadas por sus novios, y lo qué es peor, la mayoría de ellas cree que esto es normal. Desafortunadamente, ésta es una realidad que es vivida en todas partes, que afecta a todas y todos, y de muchas maneras. Es verdad que la violencia siempre ha existido, pero lo más peligroso ahora, es que, a pesar de los esfuerzos de muchas organizaciones, se insiste en invisibilizarla, se tolera, y se acepta como inevitable.
LA DESIGUALDAD DE GÉNERO COMIENZA EN EL HOGAR
En un hogar, cuando la madre es sumisa, se dedica al hogar y a cuidar a los hijos, no toma decisiones, depende emocional y económicamente del padre, y el padre es un tipo controlador (cuando a lo mejor no ejerce violencia física, pero sí control y demanda cuestiones del espacio doméstico) o responsabiliza completamente a la mujer, lo que se logra es que los hijos absorban este tipo de comportamiento a lo largo de su formación e identidad como personas.
"La violencia de género tiene su escondite en el lugar menos sospechado: la infancia", dice Enrique Orschanski, pediatra especialista en familia.
Este especialista agrega:
"Alojada en rincones inocentes donde transcurre la crianza de los chicos, se define a la mujer y al hombre con pre-conceptos. Hay sentencias inapelables que los chicos aprenden y, sin saberlo, los inician en la violencia; por ejemplo: ‘Los chicos son fuertes y no lloran; las chicas son el sexo débil. Ellos resisten con músculos y portan apellido; ellas resisten en silencio y adoptan apellido. Los machos deciden, porque es de macho hacerlo. Las hembras acatan, porque así está mandado. Ellos juegan duro; ellas se maquillan. Los novios presionan; las novias resisten. Él agrede; ella entiende’".
Esto nos demuestra que, en vez de enseñarles a nuestras hijas que deben cuidarse de los varones, hay que enseñarles a los niños que respeten a las mujeres. Y esto se logra desde los pequeños detalles de la vida cotidiana: así como la limpieza no tiene por qué ser una tarea femenina, el deporte no es solo una pasión de los hombres. No debemos naturalizar que el niño pegue porque “es bruto” y que la niña llore porque “es sensible”. Se trata de educar con libertad, demostrando que, más allá de las diferencias, todos tenemos los mismos derechos.
La violencia contra las mujeres está completamente naturalizada, normalizada y por tanto no la vemos, la asumimos como algo común. Y es en el hogar donde se genera la desigualdad en las relaciones familiares, la división desigual de las tareas del hogar, la violencia doméstica y, muchas veces, encontramos, además, violencia sexual contra las mujeres y las niñas.
En innegable que la mayoría de los niños que hoy son testigos de la violencia íntima en su hogar, son más propensos a ser violentos mañana, de adultos. Y encima, están los estigmas que hacen que siempre se le culpe a las mujeres de haber provocado la violencia. Se les preguntan cosas como "¿a qué hora andabas en la calle?", "¿cómo iba vestida?", "¿qué hiciste para provocarlo?....
ES RESPONSABILIDAD DE TODAS Y TODOS
Todo lo mencionado anteriormente, indica solamente que algo grave estamos haciendo... Seguimos educando machos, seguimos justificando una cultura violenta y no queremos ver que ésa está en cada esquina, en cada manifestación de abuso a los hijos, a los amigos, a las amigas, a las novias y a ellas no solo mal trato verbal, son consideradas propiedad, por tanto, el abuso es justificado.
Todo lo mencionado anteriormente, indica solamente que algo grave estamos haciendo... Seguimos educando machos, seguimos justificando una cultura violenta y no queremos ver que ésa está en cada esquina, en cada manifestación de abuso a los hijos, a los amigos, a las amigas, a las novias y a ellas no solo mal trato verbal, son consideradas propiedad, por tanto, el abuso es justificado.
Una sociedad que no reacciona a cada muestra de abusos es una sociedad que debe revisar sus relaciones humanas dentro del marco de igualdad de género, esto conlleva a desahuciar todo tipo de abuso en el deporte, en el colegio, en la universidad en el campo, en el sindicato, y sobre todo, en todo el ámbito familiar.
MUJER:
La desigualdad de género comienza en el hogar, en la desigual división de las tareas. De esa manera, se genera violencia contra las mujeres en todas sus formas. Debemos empezar a erradicarla, empezando por nuestros hogares... Fuera el castigo corporal, fuera las palabras con implicaciones denigrantes de género.
Sí, las mujeres se han incorporado al ámbito laboral, pero los hombres no lo han hecho al de los cuidados del hogar. Esta ruptura de los estereotipos puede generar incomodidades y resulta políticamente incorrecto, pero es esencial en la lucha contra la violencia machista
Desde los pequeños gestos cotidianos debemos generar una conciencia diferente
para que las futuras generaciones crezcan con otros valores y
puedan vivir en un mundo más justo, donde ser mujer no sea peligroso.
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Fuentes:
https://www.elvigia.net/nacional/2016/11/25/violencia-contra-mujer-empieza-casa-256097.html
http://www.la-razon.com/la_gaceta_juridica/violencia-machista-empieza-casa-gaceta_0_2376362463.html
https://tribunafeminista.elplural.com/2017/11/la-desigualdad-de-genero-http://www.sophiaonline.com.ar/genero-la-revolucion-empieza-por-casa/comienza-en-el-hogar/
https://www.clarin.com/genero/violencia-genero-desde-la_infancia-roles-estereotipos_0_HkrdWadP7l.html
https://www.eldiario.es/desalambre/datos-violencia-mujer-mundo_0_455655267.html
https://delphos.nu/tag/violencia-de-genero/